Carlos Ramón y Ana María Navarro, tras casi treinta años endulzando la vida de sus vecinos, están inmersos en su última campaña. A punto de jubilarse, desearían dejar su negocio en manos de alguien que lo disfrute tanto como ellos y a los que de las mismas alegrías, como el Solete de Repsol que recibieron recientemente.
Dice Carlos que cuando era pequeño y le preguntaban qué quería ser de mayor, él contestaba: «heladero, porque así estaré fresco en verano». Sus deseos se hicieron realidad y sus primeras experiencias laborales tuvieron lugar en una fábrica de turrones en invierno y de helados en verano. Después, cuenta, «mi mujer y yo cogimos Il Carretino, con su obrador, una heladería típica de las de la época».
Ana María, titular del negocio, es también su cara visible y, desvela Carlos, «una artista haciendo cucuruchos, ha llegado a hacer hasta de veinte bolas». Él se ocupa del obrador, donde elabora veintidós sabores. Para la elección de las materias primas tiene
dos máximas: «primero la calidad y segundo, si puede ser, la cercanía». Destaca sus helados de chocolate, «de Ateca, muy cerca de la cuna del chocolate que es el Monasterio de Piedra», dice orgulloso él, que es oriundo de una pedanía de Monterde.
Sus helados más valorados son los «de chocolate blanco, kinder, queso con arándanos y turrón, que es distinto al que hacen todos los demás», pero también, destaca, «hacemos unas trufas estupendas», además de los productos imprescindibles en una heladería como son los granizados, horchata y batidos.
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